Para los adultos puede resultar un tanto imposible considerar que lo niños también se sienten estresados, frustrados, angustiados en determinados momentos. Probablemente porque se nos ha vendido la creencia que, en la niñez todo es alegría, no hay pena ni problemas de qué preocuparse. Pues, lamento decirle que esa idea no es más que un mito y una ilustración simplista de cómo realmente es la niñez, o para ser más específica, de cómo se vive la vida durante la infancia.
En efecto, el mundo del niño es sumamente diferente al del adulto. Estamos hablando de un pequeño ser humano en constante desarrollo, en un proceso de absorción masiva de estímulos, conocimiento, conceptos, de una persona que está construyendo su propia realidad. Que sea pequeño y esté en un constante aprendizaje, no significa que su experiencia emocional se limite a la alegría y rabietas. Los niños como los adultos se sienten felices, pero también se enojan, se sienten tristes, angustiados, apáticos, conmocionados.
Son pequeños, pero la vida resulta igual de impredecible para ellos, como lo es para los adultos. Habrá diversidad de circunstancias a las que tendrán que enfrentarse. Así que, para nosotros los adultos, que somos los guías inmediatos de los niños, reconocer que los niños deben experimentar estas emociones son parte natural de la vida, nos ayudará a proporcionarle las herramientas para regular sus emociones ante la demanda de la realidad que estará siempre ahí, junto a ellos.
Entonces, habiendo, marcado el preámbulo del tema.
¿Cómo sería ese espacio seguro y qué tiene que ver con todo lo planteado arriba?
Un espacio seguro puede ser un lugar en específico. Si lo tomamos en el sentido literal de la palabra podría tratarse de un lugar en específico. Por otro lado, si interpretamos ese concepto como algo simbólico, puede ser un momento en el que decidamos sentarnos para relajarnos, tranquilizarnos y evaluar qué es lo que estoy experimentando en el presente y qué voy a hacer posteriormente. En síntesis, el espacio seguro puede ser uno tangible como uno mentalmente que nos haga sentir seguros.
Es en el punto de relajación que entran en juego las emociones.
Como ya lo mencioné anteriormente, las emociones tienen un papel fundamental en la vida del ser humano. Cada una tiene una función esencial, aún las mal llamadas emociones negativas; experimentar cada una de ellas es completamente natural. Pero también es necesario recalcar que hay una línea muy fina entre el experimentarlas y quedarnos estancados en una de ellas, que consecuentemente nos conduciría a la disfunción.
La búsqueda de este espacio seguro nos proporcionaría, entonces, la posibilidad de pararnos y aceptar y descargar lo que estoy sintiendo en ese momento. Vivir y expresar la emoción haría posible que podamos trascender a otro estado emocional sin quedarnos fijados en la misma.
Pero… ¿Cómo podemos ayudar a los niños a buscar un espacio seguro?
El primer paso como guía y orientador, será buscar nuestro propio espacio seguro y vivenciar el proceso de reconocimiento y descarga emocional para poder enseñarlo a nuestros niños. Recordemos que un niño no aprende con la simple emisión de órdenes. Haz esto, haz lo otro. Como padre o guía se enseña con el modelamiento. Sencillo. Los niños aprenden a través de la observación y si usted realiza primero este ejercicio antes y luego lo hace junto a él, para él va a ser mucho más sencillo comprender cómo va a regular sus emociones.
Para realizar este acompañamiento, la imaginación y la creatividad serán elementos indispensables. Y el juego una herramienta sumamente útil. El autoconocimiento en la infancia no tiene por qué ser aburrido o ser orientado a través de una conversación que solo podría llevarse a cabo entre adultos.

Detenernos y sentarnos en ese espacio seguro puede ser buscar una página e imaginar que estamos en una jungla y que nos encontramos con un árbol que representa el enojo que estoy viviendo. ¿Cómo es ese árbol? ¿Y qué crees que deberías de hacer con ese árbol?, podría preguntarle al niño. O puede resultar que el enojo tiene forma de animal, de río, de persona. La creatividad y la imaginación determinarán el proceso único para cada quién.

Acostarnos en el suelo o en la cama, cerrar los ojos e imaginarnos en un lugar que podemos crear en nuestra mente; pintar, usar títeres o incluso jugar podría ayudarnos a simbolizar ese instante de confianza y seguridad para entendernos mejor.
Pero ¿qué pasa si el niño no puede buscar su espacio seguro en determinado momento? Aquí entraría otro interesante punto, que fue proporcionado por una profesora que ha trabajado por años con niños, a la que conocí esporádicamente. Ella se planteó la interrogante que escribí en negrita, y contestó la pregunta con la siguiente técnica.
Escojamos un Tótem.
La RAE lo define como un «objeto de la naturaleza (animal, planta, etc.) que actúa como símbolo o emblema colectivo y al que una tribu o un individuo venera y otorga un valor protector o considera como antepasado.»
Escojamos un objeto, pequeño de preferencia, una especie de amuleto que funcione como un símbolo temporal al que podamos recurrir cuando queramos buscar seguridad. Enseñemos a los niños que, al entrar en contacto con este objeto (tocarlo, sostenerlo), al mismo tiempo entrará en contacto con las emociones que está experimentando en el momento.
Pongamos un ejemplo para una mejor comprensión de la técnica. Si su niño en un punto, en la escuela, se siente inseguro o tiene miedo de hablar en frente de sus compañeros, puede tocar el tótem, darle forma a la emoción, y hacer un breve ejercicio de respiración. De esta forma, no solo estaría enfrentando una emoción sino también aprendiendo a trascender de ella.
Sin embargo, es necesario recalcar que con esta técnica debe ser muy cuidadoso. Se debe definir muy bien que esto solo va a ser para ese instante en que lo crea necesario, y que no dependa del todo a su tótem.
Y con esta interesante técnica termino. Si cree que el artículo le fue de utilidad, puede darle me gusta en la página y compartirlo.