Probablemente nunca comprenda el nivel de sufrimiento por el que pasa una niña que quedó embarazada luego de una violación. Posiblemente las únicas que lo entiendan sean otras mujeres, que, ahora siendo ya adultas, pasaron por algo similar en su niñez o adolescencia. Lo que sí puedo hacer es compartirles un poco de mi experiencia y escribir el nivel de impacto que genera este doble trauma tanto para la niña sobreviviente de la agresión como para el bebé que es forzado a venir al mundo bajo la inflexible interpretación de El Derecho a la Vida.
Un poco de contexto.
Trabajé por dos años y medio en la unidad de salud mental de un hospital público en mi país de origen, El Salvador. La Unidad siempre tenía una lista larga de casos de abusos sexuales y violaciones hacia niñas. Solo alrededor de 10 o 12 eran seleccionadas para formar parte del grupo de terapia para sobrevivientes de abuso sexual. El rango de edades siempre rondaba entre los 11 a 18 años, y por lo general, tres de esas diez niñas habían resultado embarazadas de la agresión sexual.
La primera semana del tratamiento las secuelas de la agresión eran claramente visibles. Las niñas no generaban contacto visual. Se sentaban separadas una de la otra, con el cuerpo tenso. Algunas con la mente distante; negándose a hablar. Quienes iban acompañadas por un familiar no querían que éste se alejara de ellas. Y para quienes estaban embarazadas, el distanciamiento y la confusión era mucho más evidente. Se observaba una distancia enorme entre sus vientres abultados y sus mentes. Una no-comprensión (perfectamente entendible) del embarazo.
Dos de las niñas embarazadas habían sido violadas por estructuras criminales. Stephanie (14) incluso tenía que ver a uno de sus agresores casi a diario porque vivía cerca y Gabriela (15) había sido amenazada de muerte luego de la violación. Y Erika (12), la tercera del grupo, quien tenía una discapacidad intelectual y auditiva, había sido prostituida por su propia mamá.
Stephanie tenía pesadillas y tenía recuerdos demasiado vívidos que la hacían revivir la agresión mientras estaba despierta; en cualquier lugar, a cualquier hora. Cuando supo que estaba embarazada su primer impulso fue golpearse repetidas veces su vientre o hacerse daño. Gabriela vivía con constante miedo y se mantenían hipervigilante ante cualquier estímulo. Y Erika solo percibía que algo estaba cambiando en su cuerpo. Su capacidad intelectual era similar a la de una niña de 5 o 6 años.
Efectos del trauma.
La violación es uno de los actos de abuso de poder que más daño puede generar a largo plazo. El agresor ejerce la fuerza para someter a la víctima con el objetivo de satisfacer sus propios deseos, violentando sexual, física y psicológicamente a través de un mismo acto. Ante este sometimiento, la víctima pierde el control total de su propio cuerpo y solo cuenta con sus reacciones de sobrevivencia en ese momento: llorar desesperadamente y hacer todo lo posible para librarse de esa situación o desactivar su mente de su cuerpo.
Cada una de nuestras emociones tiene una función específica, y el miedo, siendo de las más primitivas del mundo animal, es la que nos ha permitido que sobrevivamos como especie. Nos pone en estado de alerta y nos prepara para responder a las amenazas: nuestros músculos se tensan y la sangre circula más rápido, esto, con el objetivo de sacarnos de esa situación de amenaza ya sea para escapar o pelear. Sin embargo, en los casos más extremos en que la amenaza resulta demasiado para nuestro cuerpo, nuestro sistema nervioso manda la señal y la sangre empieza a circular más lento (en caso de que hubiese una herida, esto disminuiría la posibilidad de morir de una hemorragia) y desconecta la mente del cuerpo. Se lleva a cabo la disociación, un distanciamiento psicológico que disminuye los niveles del dolor. Todo con el objetivo de sobrevivir. (Perry y Szalavitz, 2017)
En los casos de violación pueden activarse cualquiera de esas reacciones. Algunas personas patalean, gritan; pelean, luchan por su vida. Otras huyen; o luchan y huyen. Lamentablemente, hay casos que en los que luchar contra una fuerza tan grande resulta inútil, como por ejemplo una niña enfrentándose ante la fuerza desproporcional de un adulto. Como resultado se desconectan del momento; se disocian. Algunas víctimas se disocian enfocando su atención o fijando la mirada en cosas que están alrededor.
La agresión deja marcas en el cuerpo, por supuesto, que pueden sanar con un buen tratamiento, pero el impacto psicológico provoca que todo lo que la niña ha construido hasta ese momento se venga abajo: el concepto de sí misma, su interpretación de la realidad y su forma de ver a los demás. Especialmente si tomamos en cuenta que durante la niñez y adolescencia el sistema nervioso se encuentra susceptible a las experiencias vividas.
La realidad se vuelve amenazante, todas las personas somos peligrosas y su cuerpo parece ya no pertenecerles más; sienten vergüenza y culpa. Y los mecanismos de sobrevivencia que emplearon durante la violación vuelven y se prolongan para lidiar con el dolor. Y es por eso que, en la unidad todavía era notable la disociación en algunas niñas, con la mente distante, la tensión muscular, el enojo, el poco contacto visual. Las psicólogas también nos convertíamos en predadoras para ellas. La posibilidad de padecer Estrés Post Traumático, depresión, ansiedad u otro problema era más que probable, como por ejemplo en el caso de Stephanie quién ya tenía señales de tener EPT.
Recuperación.
El proceso de recuperación no es fácil. Para ayudar a reestablecer su concepto de la realidad, es necesario que las niñas vuelvan a sentir que tienen el control de sus vidas. Esto debe verse reflejado en sus terapias, interacción con sus familiares, etc. Si no quieren hablar, mirarnos, contacto físico, sentarse junto a alguien; está bien. Pero si además del trauma, hay un embarazo, dentro de una sociedad conservadora, todo cambia.
Después de experimentar el abuso de poder del violador, las niñas pasan a experimentar el abuso de poder por parte de la sociedad que se apega al estricto cumplimiento de leyes que penalizan el aborto bajo cualquier circunstancia. Todo, bajo la rígida interpretación del Derecho a la Vida (motivadas por creencias religiosas en la mayoría de los casos).
Derecho a la vida vs Principio de Corresponsabilidad
De acuerdo a la LEPINA (Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia de El Salvador, 2009), uno de los principios rectores para la promoción y protección de los derechos de los niños y adolescentes es el de la corresponsabilidad, el cual hace énfasis en que los miembros de la sociedad, el Estado, las entidades y las familias compartimos la responsabilidad en la protección de nuestra niñez.
Dentro de la responsabilidad del Estado debería de incluir el reformar la ley contra el aborto que, en lugar de proteger a las niñas, destruyen derechos importantes: derecho a la educación, a tener una vida digna, salud, integridad física y psicológica.
El derecho a la vida en estos casos manejados por las leyes antiaborto solo se limita al desarrollo del embarazo y al parto como procesos fisiológicos, pero no contempla la vida que merece el nuevo ser humano que se quiere que nazca. Tampoco hay una comprensión humana de lo que significa maternidad, al momento de obligar a una niña que no está capacitada, no solo por las limitantes de su fase de desarrollo (imagine con niñas como Erika, con una discapacidad intelectual) sino por el trauma que experimentó y del que tiene que sanar.
Para que un ser humano tenga una vida de calidad, debe de crecer en condiciones que la favorezcan. La maternidad no se trata solo de gestar y parir. Requiere que la madre tenga la capacidad conectar y guiar a ese nuevo ser humano. Una niña con secuelas, todavía sumergida en el miedo puede: asociar al bebé con la violación y maltratarlo como forma de controlar la situación; ser negligente, no darle los cuidados necesarios porque no sabe cómo o porque todavía estará lidiando con su propio distanciamiento psicológico.
Me gustaría asegurar que todas las niñas sobrevivientes de abuso sexual y que quedan embarazadas logran sobreponerse y ser madres con el tiempo, pero la realidad es que no va a ser así para algunas de ellas. A veces es el inicio de una larga historia de maltrato o negligencia infantil para el niño que nace, y otras, el principio de una historia de sanación.
Las niñas deberían de tener el derecho a elegir y a ser protegidas.
Referencias:
Perry. B., Szalavitz. M. (2017) The boy who was raised as a dog. New York, United States. Basic Books.
Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (LEPINA), El Salvador (2009) – Art. 13.